Podríamos comenzar preguntándonos si creemos realmente que los adolescentes de hoy son diferentes a los adolescentes que fuimos nosotros, o si no nos damos cuenta que pueden sentir igual, y que sólo han cambiado las circunstancias. Por otro lado también estar bien claro que la adolescencia puede ser una crisis necesaria donde habrán grandes cambios psicológicos especialmente una crisis de oposición, dada por la necesidad de autoafirmarse, de formar un yo diferente al de sus padres, de una autonomía y de una independencia intelectual y emocional. Ellos y ellas pueden vivir en un desarreglo emotivo, que va desde una sensibilidad muy grande a flor de piel a unos momentos donde parece que carecen de sentimientos.
Por otra parte, en esa crisis social en que viven los adolescentes va a producirse una rebelión en cuanto a los sistemas de valores de los adultos y las ideas recibidas y criticarán al adulto sobretodo su falta de comprensión, que según ellos atentan contra su independencia. Igualmente pueden sentir una frustración continua ya que por una parte le pedimos que actúe como un adulto (en sociedad, responsabilidad) Por otra se le trata como un niño, Se le prohíbe vestir de una u otra forma, se reglamentan sus salidas nocturnas, siendo entonces esta angustia la manifestación de la tensión que el chico soporta. Surge entonces la “agresividad” como respuesta a dicha frustración, que puede manifestarse en principio como la cólera del adolescente ante nuestra negativa a sus exigencias, la irritabilidad, la propensión a la violencia, las malas respuestas, los portazos, las reacciones desmedidas en las peleas con los hermanos, entre otras. Al final puede aparecer la violencia ya más extendida al medio social, viendo actualmente que ya no hay diferencias entre el medio rural y el urbano y quienes cometen delitos ya no son sólo los chicos procedentes de los niveles socioeconómicos más bajos, son niños de cualquier esfera social, niños deprivados, carentes de un entorno estable y personal que no han tenido el indispensable círculo de amor, fortaleza y tolerancia, niños que no han sentido la función del hogar de ofrecer al niño la estabilidad que le permita tolerar y manejar sus instintos y si esto no ha existido, lejos de sentirse libres, los jóvenes se sienten ansiosos y empiezan a buscar fuera de su casa un marco que le dé seguridad.
Es indispensable que como padres reconozcamos nuestros errores en la comunicación con nuestros hijos y la importancia de conocer su grupo de amigos, ya que aquellos adolescentes que no consiguen en su familia el soporte afectivo-comunicacional necesario, se sumergen en grupos de pares que pueden ser codeterminantes en su agresividad ya que estas alianzas con estos compañeros determinan el estilo y el grado de la agresividad, pudiendo elegirse grupos donde la agresividad sea su máxima expresión y la violencia vista como un valor, instalándose como un patrón fijo de la personalidad.
Aunque no hay una receta única para prevenir y manejar la agresividad en los y las adolescentes podemos hacer las siguientes consideraciones:
Comenzar temprano es necesario concientizarse e identificar la naturaleza de los conflictos, incluso antes de que se presenten. Por ello los psicólogos recomiendan poner límites desde la infancia
A nivel de la escuela: No castigar, etiquetar, rechazar ni apartar a los adolescentes conflictivos. Es una forma de violencia psicológica. Conversar con ellos y buscar una mejor comunicación y confianza. Siempre que detecte cambios de conducta en los alumnos, deberá notificar a los padres, en privado Lograr acuerdos de todas las partes implicadas. Mejorar los mecanismos reales de participación que fomenten la responsabilidad compartida.
Una escuela comprensiva, basada en el trabajo cooperativo, en la que todas las partes implicadas tomen decisiones consensuadas, en la que la autoridad se ejerza de forma positiva que es la mejor de las estrategias posibles para prevenir la violencia.
En la familia: Participación mayor de las familias mediante el diálogo con los profesores, en la toma de decisiones de los centros educativos, potenciar y dinamizar la educación en los valores democráticos y de convivencia, hacer revisión de las pautas familiares de autoridad que rechacen la violencia y aumenten el acceso a la comunicación, los padres tienen que aprender a decir que ‘no‘ a los hijos de forma razonada, La postura ha de estar claramente definida respecto a dónde se sitúan los límites. Evitar la falta de afectividad y la excesiva permisividad. Desarrollar las relaciones desde el propio hogar en un contexto de respeto mutuo y confianza hacia los demás, independientemente de su forma de ser o de pensar. La sanción ha de formar parte de la educación.
Los padres debemos ejercer nuestro rol, en este caso el de definir los límites en la relación con nuestros hijos, límites que deben ser discutidos con los hijos, tomar en cuenta sus necesidades, siempre cumpliendo con los siguientes requisitos: No se debe mandar hoy una cosa y mañana otra, se pierde credibilidad. Cuando se toma una decisión hay que mantenerla. Previamente hay que razonarla. No se puede exigir a los hijos lo que no somos capaces de hacer. Mantener una congruencia de vida, no podemos pedir orden si somos un desastre. Debemos mantener el control, no dejarnos llevar siempre por la ira, enfado, o agresividad. Ser tolerantes con las pequeñas cosas, (la ropa, el tatuaje, el pendiente.) y exigir en las fundamentales. Mostrar interés por todas sus acciones. No exigir, dar órdenes y desaparecer de la escena. Disponer de muchísima paciencia. No debemos olvidar que ellos tratarán de imponer sus criterios. Valorar todo lo bueno, lo responsable que sea, aunque sea mínimamente, pues así será estimulado y procurar estar siempre juntos a los hijos para ver también lo que han hecho bien.
En definitiva, no olvidemos que transmitir a nuestros hijos valores de compañerismo, solidaridad, tolerancia y respeto es la mejor forma de prevención.
Autor: Dr. Armando Arias Gómez
El Dr. Armando es pediatra venezolano, adolescentólogo y Presidente de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría
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