La Resiliencia es la denominación que se le da en psicología a la habilidad para superar las adversidades y salir transformado o fortalecido de ellas. A lo largo de la historia humana algunas personas logran superar condiciones severamente adversas y que, inclusive, logran transformarlas en una ventaja o un estímulo para su desarrollo bio-psico-social.

Jamás podremos evitar que nuestros hijos se enfrenten a dificultades, porque ellas son parte sustancial de la vida, más bien podemos fortalecer los factores que tanto interna como externamente les protegen, y minimizar los factores de riesgo, los que ponen en peligro su integridad emocional y su futuro.

Es importante que tomemos en consideración que los niños y adolescentes nunca son absolutamente resilientes de una manera permanente. Hasta el niño más luchador puede tener altibajos y deprimirse cuando la presión alcanza niveles altos.

Algunos factores de riesgo son la ausencia de alfabetización, la pobreza, ser de sexo femenino, falta de apoyo familiar, etc.

Algunos factores protectores externos: familia extendida, apoyo de un adulto significativo, seguridad del afecto recibido por encima de las circunstancias, integración a la vida académica y social, redes informales de apoyo tales como amigos, entre otros.

Estos son algunos de los factores internos que podemos favorecer en nuestros hijos para que sean más resilientes: estima, seguridad, confianza en sí mismo, empatía, facilidad para comunicarse, habilidad para controlar los impulsos y las emociones, autonomía, habilidad para comprender y analizar situaciones complejas, habilidad para resolver problemas, sentido del propósito.

Estimule en el lenguaje de su hijo lo que el Autor Grotberg (1995) consideró que son las palabras de un niño resiliente: “Yo tengo”, “Yo soy”, “Yo estoy”, “Yo puedo”. En estas afirmaciones aparecen los distintos factores de resiliencia, como la autoestima, la confianza en sí mismo y en el entorno, la autonomía y la competencia social.

¿Cómo promover la resiliencia? Acciones concretas

Durante el embarazo: hablar al bebé, tararearle canciones, ponerle música suave, acariciarlo con suavidad en el vientre materno, alimentarse adecuadamente, cuidar el bienestar emocional, preparar los senos para la lactancia materna, preparar a la familia para la llegada del nuevo miembro.

Durante los primeros meses de vida: Asegurar la presencia del padre durante el parto y el período perinatal, abrazar al bebé inmediatamente después del parto hasta antes de que hayan cortado el cordón umbilical, colocar al bebé sobre el pecho entre los senos, aprovechar el calostro de gran valor inmunitario contra las infecciones, darle al bebé masajes rítmicos y repetitivos muy suaves, en cuanto el bebé esté alerta, hacer que su mirada se encuentre con la de la madre, hablarle al bebé usando palabras melódicas y tranquilizadoras, mantener al bebé al lado de la madre.

De 0 a 3 años: Proveer amor incondicional, expresarlo física y verbalmente, ya sea tomándolo en brazos, acunándolo, acariciándolo o usando palabras suaves para calmarlo, proveerle lactancia materna inmediatamente después del nacimiento y mantenerla como alimentación exclusiva por 6 meses y extenderla hasta el primer cumpleaños, ser ejemplo de comportamientos que comuniquen confianza, optimismo y fe en buenos resultados, reconocer y valorar logros y progresos tales como control de esfínteres, autocontrol, progresos en el lenguaje o cualquier otro avance en su desarrollo. Reconocer y nombrar los sentimientos del niño y, de esa manera, estimularlo para que reconozca y exprese sus propios sentimientos y sea capaz de reconocer algunos sentimientos en otros. Usar el desarrollo del lenguaje para reforzar aspectos de resiliencia que lo ayuden a enfrentar la adversidad. Por ejemplo, decirle «yo sé que lo puedes hacer» impulsa su autonomía y refuerza su fe en sus propias destrezas para resolver problemas; de la misma manera, decirle «yo estoy aquí, contigo» lo reconforta y le recuerda que hay una relación de confianza de la que puede estar seguro. Contrapesar la libertad de exploración con apoyos seguros. Darle al niño consuelo y apoyo en situaciones de estrés y riesgo.

De 4 a 7 años: Ofrecerle amor incondicional. Abrazarlo, mecerlo y usar una voz suave para calmarlo antes de hablar de sus problemas o comportamientos inaceptables. Ser ejemplo de comportamientos resilientes frente a desafíos tales como problemas interpersonales, promover el valor, la confianza, el optimismo y la autoestima de manera permanente. Continuar ayudándolo en su aprendizaje de reconocer sentimientos propios y ajenos. Prepararlo para situaciones adversas mediante conversaciones, lecturas, e identificación y discusión de factores de resiliencia que puedan serle útiles. Animarlo a que demuestre simpatía y afecto. Animarlo a que use sus destrezas para la comunicación y la solución de sus problemas, para resolver conflictos interpersonales o pedir ayuda de otros cuando la necesite. Comunicarse a menudo con él para discutir sobre los acontecimientos y problemas cotidianos. Compartir ideas, observaciones y sentimientos. Ayudarle a que acepte responsabilidades por su propio comportamiento. Ofrecerle comprensión y oportunidades de reconciliación junto con la exigencia del cumplimiento. Aceptar sus errores y fallas, pero al mismo tiempo orientarlo para que logre su mejoramiento. Darle consuelo y aliento en situaciones estresantes. Promover y desarrollar la flexibilidad.

De 8 a 11 años: Ayudar al niño a que maneje y module sus sentimientos, especialmente los negativos y las respuestas impulsivas. Proveer oportunidades de practicar cómo lidiar con los problemas y adversidades. Alentar la comunicación de hechos, expectativas, sentimientos y problemas para que se discutan y compartan. Comunicarle y negociar con él acerca de su creciente independencia, sus nuevas expectativas y nuevos desafíos. Instarlo a que acepte la responsabilidad de sus comportamientos y, al mismo tiempo, promover su confianza y optimismo sobre los resultados deseados. Promover y desarrollar su flexibilidad.

Fuente artículo: Lic. Alicia Núñez

Fuente Foto: Dreamstime.com

Alicia Núñez es una mamá profesional, se gradúa en 1992 de Psicóloga en la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas, Venezuela). En 1998 egresa como Especialista en Psicología Clínica del Hospital el Peñón y para  el año 2006 culmina el Master en Infancia y Juventud en Riesgo de la Universidad de Alicante (España). Cuenta también para el 2010 con un Diplomado de Intervención en Psicología Clínica y de la Salud de la Universidad Autónoma de Barcelona (España).

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