Cuando nos convertimos en madres cambia nuestra vida completamente y lo notamos desde que colocan a ese bebé en nuestros brazos, porque al tener a esa personita que tanto anciabamos conocer junto a nosotras, aflora la alegría, la incertidumbre, el miedo… todo un cúlmulo de sentimientos entendiendo que nunca más seremos las mismas…

Y es que nos sorprendemos porque nuestros instintos por proteger a nuestros hijos son inmensos, las ganas de apoyarles y que logren hacer cosas nuevas es algo que llevamos a flor de piel. Somos capaces de hacer muchas cosas al mismo tiempo sin dejar de atenderles, deseamos estar con ellos cuando alcanzan sus metas y por supuesto en las dificultades que se les puedan presentar, atendemos el hogar y nuestras obligaciones laborales, sentimos un cansancio que nunca pensabamos que podía existir, llegan muchas noches que pasamos sin dormir o no dormimos como antes, estamos pendientes de la familia y amistades, pero en todo momento sabemos que somos muy importantes para ellos, nuestros hijos…

Por eso, es prácticamente imposible en el momento de cantar cumpleaños a nuestros hijos, devolvernos en el tiempo y sentir las emociones que nos invadieron cuando ellos nacieron, porque podemos tener muchos hijos, pero la llegada de cada uno siempre será direferente y especial.

Avanzando los años, nos sorprendemos de verles colocar más velas a su torta (pastel) de cumpleaños, les vemos grandes, capaces de hacer más cosas, se dan cuenta que es un día diferente porque todos les felicitan y llegan con obsequios, saben que ese día son los homenajeados, aun cuando nunca llegan a imaginarse lo trascendental que es esa fecha en la vida de nosotras sus mamás.

Lislet de Ponte

ldeponte@mischiquiticos.com

Caracas. Venezuela