Ayer en la noche mi esposo y yo compartíamos impresiones de lo que sucedía en el país mientras mis hijos jugaban en la sala. Al salir me encuentro con una escena me conseguí en la sala y así con una imagen donde están muchos muñequitos (Little People) reunidos y un camión de la “Agencia de Detección de Niños” (de la película Monster Inc de Disney) detrás de ellos. Me llamó la atención y le pido a mi hija de 7 años que me explique la escena: “Mami, estos son unos niños que se quieren ir de viaje, quieren jugar, pero hay unos señores malos que los quieren atrapar, se los quieren llevar. Ellos están escapando, pero no saben adónde ir”. Le pregunto que para donde se los van a llevar y me dice: “No sé, ellos son malos, los niños saben que están en peligro y por eso tienen que escapar”. Mientras escuchaba recordé a Esther Aznar (psicoanalista infantil) quien desde hace mucho tiempo ha hablado de la presencia de los “lobos” en los dibujos infantiles, tal como ocurre en dibujos de niños que han estado en situaciones de guerra.

Hace diez años era una joven licenciada en psicología, tenía todo el ímpetu y la gallardía de alguien que quiere transformar el mundo. Cito ese momento porque coincide con la protestas del 2003 en Venezuela, país en el que resido, donde también hubo una crisis social similar a la que está ocurriendo actualmente en el país y nos tocó involucrarnos a muchos colegas amigos y a mí. En la actualidad sigo siendo psicóloga, con más experiencia, más viejita y con un añadido importantísimo: Soy mamá. Mi rol, definitivamente ha cambiado.

He sentido ganas imperiosas de salir a protestar, de reclamar mis derechos pero: ¿Quién cuida a mis hijos si yo no lo hago? ¿Qué pasaría si por algún motivo  a mí me ocurre algo? Así, el miedo a perderlos, a dejarlos desamparados me ha invadido. Creo que hay que saber delimitar tus rangos de acción en diferentes momentos de la historia. Así como también hay que saber el lugar que los niños(as)  ocupan y no involucrarlos en las protestas colectivas.

Con el juego mis hijos me lo dijeron todo: Están asustados, saben, perciben lo que está  pasando y tratan de elaborarlo. Simbólicamente corren peligro y necesitan desencadenar mecanismos psíquicos para “escapar” de esa amenaza. Para escapar del  lobo, porque igual necesitan jugar, mientras no esté el lobo.

Mi posición hace 10 años también era más polarizada, de todo o nada, nosotros o ellos, odio o amor, los absolutos y verdades tomaban mi visión de la Venezuela de aquel momento. Después de todos estos años y con la mirada que da la maternidad, me cuesta no pensar que, así como temo por mis hijos, deben haber otras madres y padres que están como yo, planteándose otra salida diferente a la violencia, a la desaparición de unos para que “existan” otros. Necesito pensar que podemos incluirnos todos en la construcción de algo bonito, porque eso es  lo que quiero que mis hijos vivan en el futuro cercano. Cada día trato de transmitirles esa idea, que en la vida las diferencias nos hacen grandes y las divisiones nos empobrecen, evitan que conozcamos las cosas de manera compleja y enriquecida. Somos un arcoiris, el arcoiris no sería tan hermoso si tuviese un solo color.

En esta oportunidad me ha tocado entender que a pesar de mis miedos debo tratar de sobreponerme a ellos y mostrar tranquilidad en mi casa, tratar de mantener sus rutinas (comer, dormir, bañarse, hacer algunas actividades escolares), un orden. El caos no puede apoderarse de mis espacios privados, los niños recienten eso, les hace daño y necesitan que los adultos hagamos esfuerzos (a veces sobrehumanos) para que ellos se sientan seguros y a salvo, que los podemos cuidar. Pero a su vez, está el otro dilema, debo explicarles con palabras muy sencillas lo que ocurre, a su nivel por supuesto. Que entiendan qué es un conflicto social, el legítimo derecho que tiene la gente a protestar, a reclamar sus derechos cuando el Estado no los respeta, que entiendan que cuando decidimos que se queden en casa no es porque estamos de “vacaciones”, es por razones de seguridad.

Si hay algo que me ha quedado de todos estos años,  es que el trabajo más importante que nos toca hacer como padres, es el trabajo del día a día, poder transmitirles a nuestros hijos, en verbo y acto, los valores de democracia y justicia. Generar espacios de discusión y diálogo donde se puedan intercambiar ideas, que los puntos de vistas diferentes sean valorados e incluidos en la discusión. Evitar el abuso del poder como padres, respetando sus diferencias, comprendiendo su nivel de desarrollo cognitivo, socioemocional. Luchar por ser una figura de autoridad responsable, respetuosa y reflexiva que dando orden y fijando límites logre generar espacios donde nuestros hijos puedan crecer sintiendo que pueden participar en la construcción del espacio familiar. Hay que saber que el “lobo” puede meterse en casa, es posible que ya esté adentro: Nuestro lobo, el lobo de la incomprensión, de la intolerancia, del irrespeto; quizás ese es el lobo a quién primero tenemos que tratar de domesticar y conocer antes de pedírselo a nuestros hijos.

 La democracia se construye desde los hogares, se refuerza en las escuelas y el gobierno debe garantizar que se mantenga para el colectivo. En varias historias de personas que han atravesado conflictos sociales, incluso peores que el nuestro,  se reporta que los factores que más contribuyeron para  proteger a los niños(as) física y emocionalmente de las acciones represivas del Estado y de la ideologización, fueron los padres y madres desde el hogar.

La democracia comienza desde la familia y democracia no es igual a libertinaje, ni permisividad. Comencemos por construir espacios de escucha, amor y reflexión en nuestro hogar, siendo coherentes con lo que profesamos y aportemos, desde nuestro rol, el granito necesario para construir a largo plazo un mejor espacio común.  Dancemos con nuestros lobos, sepamos qué hay dentro de ellos, démosle voz. Si sabemos cómo son y qué pretenden, lograremos reconocer mejor a otros (lobos) que están en el exterior.

Fuente: Lic. Alejandra Sapene

Alejandra es mamá dos, una de 7 años y uno de 2 años. De su formación académica se puede destacar: graduada en Psicología en la UCAB-Venezuela (2001), cuenta con una Especialización en Psicología Clínica Comunitaria en la UCAB-Venezuela (2008), obtuvo un Diplomado de Psicoterapia de Niños y Adolescentes en Sociedad Psicoanalítica de Caracas (2010). Además, tiene más de 10 años de experiencia desarrollando su profesión en el ámbito educativo universitario (UCAB-Venezuela) y de consulta privada, se ha destacado como Especialista en el área de Clínica Comunitaria  y siendo miembro Asociado de Cecodap (Venezuela)