Extractos de la introducción del libro: Mirándonos desde la Cruz. Siete Palabras. El testamento que lo da todo sin dejar nada:

 “Los cristianos somos muy dados a pasar del racionalismo y de la frialdad casi hierática al piadosísimo y la parafernalia. Nos causa un cierto rubor unir la racionalidad con la cercanía, lo que nos azota a cada instante con el vuelo que podamos llevar a cabo, desde la fe, sobre la crudeza. No siempre al mirar los designios del Padre, echamos mano de la inteligencia y la voluntad estrechamente unidas.

Y esa actitud es más recurrente cuando nos acercamos a la pasión, la muerte y la vida verdadera del Hijo de Dios…

Pero el Jesús que recorría las callejuelas de Jerusalén, escalaba jadeando las montañas y sudando cruzaba los desiertos de su pueblo elegido, es el mismo que el que habla desde la Cruz. Pero aquí, antes de abandonarse definitivamente a la voluntad del Padre, resume el discurso. Va directo al grano. Dice lo que queda por decir para culminar la tarea y reafirmar su mensaje de misericordia y rectitud, de confianza en la Providencia y de preocupación por la suerte del más miserable de los hombres.

Las que tradicionalmente hemos llamado “siete Palabras”, comentadas en todas las versiones imaginables, desde todos los púlpitos y con las más dispersas tonalidades, rezuman en toda su esencia la bondad del Padre para con sus hijos, aún los más extraviados. Y no por eso obvian la invitación a la firmeza, la perseverancia y la verticalidad.

Son ejemplo del humilde que no cesa de ser tenaz. Del que perdona sin condiciones y a la vez es consciente de la perversión que domina a tantos.

Del que busca la salvación de todos, pero sin dejar de insistir en el acomodo de su existencia a la ley y la vida verdaderas…

Pudo el Maestro decir: “Todo está cumplido”. Y en su interior tenía derecho a exhibir sin falsas modestias, a costa de qué. Fueron días, meses y años dedicados a escuchar, sanar, aguantar, ser vigilado, no ser comprendido, dejarse avasallar. Siempre le daban lástima los que andaban como oveja sin pastor. Por ellos se privó de la siesta diaria, del paseo programado con los doce, de la visita a María y los suyos.

Entregó todo lo suyo a los demás. Pendiente, atado a la cruz, ratificó su incondicional defensa de las criaturas ante el Creador. Señaló el camino a todos, aún a quienes más le rehuían o acorralaban. Con su coraje nos dio ánimos para no desmayar, salir al campo de batalla y darla por terminada cuando desde lo alto nos avisen de que llegó la hora…

Decía la Madre Teresa que “la misma mano amorosa nos creó a todos, a ti, a mi y al hombre que está tirado en la calle”. Y esa misma mano, ahora clavada en la cruz, se abre para invitarnos a escalar la cumbre, a beber agua de los sinsabores y a calmar la sed de la verdad en su cuenco…

Y cuando sea necesario perdonar, que no usemos de la cicatería con el que ha caído. Pon en nuestra boca y en nuestro corazón el sentimiento de la misericordia para darle a los demás las mismas oportunidades que requerimos nosotros para cambiar y aprender del error.”

Fuente: Mirándonos desde La Cruz. Siete Palabras. El Testamento que lo da todo sin dejar nada. Caracas. 2012.

Autor de contenido: Padre Manuel Díaz Álvarez. Párroco de la Iglesia Nuestra Señora de La Caridad del Cobre. Caracas. Venezuela.