La inclusión, es un derecho que se convierte en una experiencia humanizante, donde todos se posicionan como miembros de una comunidad en la que comparten sus experiencias para el desarrollo de una sociedad más justa, democrática y solidaria. (Soto Calderón (2003). Misma que pretende restarle terreno a la discriminación, esa, que no es más que una norma que se levanta de la ignorancia, se alimenta de creencias escuetas y se acuesta en la cultura, apoyada además por la costumbre y por la falta de interés social o personal ante la comunión de los derechos. De Lucas (s/f) asegura que se debe perfilar hacia el alcance “de la equiparación en el reconocimiento jurídico y en la ciudadanía, lo que no supone clonación, sino igualdad en la diferencia”.(p,5).

Quedando claro, que por la única igualdad que se ha de luchar es por la de los derechos, que la inclusión es uno de ellos y que debe ir de la mano del principio de ganar/ganar, el cual como lo define Cortese (2004) “es fundamental para el éxito en todas nuestras interacciones, y abarca cinco dimensiones interdependientes de la vida. Empieza con el carácter, y a través de las relaciones fluye en acuerdos. Se cultiva en un ambiente en el que la estructura y los sistemas se basan en ganar/ganar. Y supone un proceso”. (s/p). Supeditado a esto, para incluir es decir para ganar/ganar, el carácter que ha de imponerse es el de la pasión por la libertad y la justicia, los acuerdos deben erguirse desde el paz y han de cultivarse en lo heterogéneo caminando a lo largo de las sendas del respeto.

Puede entonces declararse que lo asumido en la sociedad actual como discapacidad, así como el pecado, resulta inherente al ser humano, no existe posibilidad alguna de vivir sin que una de ellas se refleje en mayor o menor magnitud en el desempeño de las actividades cotidianas; ya sean congénitas, adquiridas, transitorias, visibles o no, son parte del hombre. Lo que sucede es que al parecer culturalmente el término ha sido adjudicado de manera casi exclusiva a quienes las dejen ver, mientras que, aquellos que logran que su discapacidad pase desapercibida, engrosan la fila de la bien ponderada norma, acentuando así las dificultades para quienes no igualan a la mayoría…

El que esté libre de discapacidades que tire la primera piedra…

Sobran justificaciones para no abortar la misión, dado que la diversidad asumida desde el yo, tal y como se plantea, ha de ser el proyecto de vida, el pase hacia el ambicionado respeto, el acceso a la verdadera igualdad de oportunidades, el distanciamiento de la lástima y la aceptación de las diferencias con su justo trato sin privilegios.

No quedan dudas, que solo adoptando una nueva costumbre de respeto, se crearán más allá de las políticas, nuevas leyes culturales. Lo que se busca es asumir el reto de aceptar la realidad, al declarar con propiedad, el absurdo de pensar que las personas con discapacidad son un problema o una carga para la sociedad; para ello, se han de evitar las vueltas en círculo y la predicación entre profetas. En su lugar entender y alertarse, puesto que la no inclusión representa un problema de pobreza cultural. Esta alerta, y perpetuar el respeto como principio esencial de la misión educativa es una razón más para continuar, permanentemente reevaluar la misión y no abandonar.

Es incuestionable que algunos cuantos apasionados se hacen sentir, anuncian, decretan y trabajan para que lo “regular” siempre sea “especial”. El camino está dispuesto y la gente a punto de despertar.

La tarea: seguir trabajando, promover acercamientos, demostrando, invitando y compartiendo.

 

Fuente: Prof. Salomé Cabrera Núñez

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